La dura realidad ha regresado a Francia. Después de la pausa encantadora de los Juegos Olímpicos, donde Francia demostró una capacidad organizativa notable y su equipo olímpico logró hazañas impresionantes, ha llegado el momento de tomar decisiones políticas cruciales. Tras las elecciones anticipadas, los Juegos Olímpicos ofrecieron a Emmanuel Macron una tregua, permitiéndole reflexionar y consultar en busca de una salida a lo que parece ser un estancamiento político.
Estas elecciones anticipadas, resultado de una disolución improvisada, produjeron un Parlamento fragmentado en tres grandes grupos: el nuevo Frente de Izquierda, el campo presidencial y el Rassemblement National. Esta configuración hace imposible estructuralmente obtener una mayoría absoluta y formar un gobierno estable.
Tras el anuncio de los resultados, la izquierda proclamó la victoria y pidió a Emmanuel Macron que eligiera a una persona de sus filas para formar un gobierno. El presidente ignoró esta solicitud y pidió en cambio a los partidos del Frente Republicano que formaran una mayoría. Según la visión de Macron, este Frente Republicano debería incluir a todos los partidos políticos, excepto la extrema derecha y la extrema izquierda.
No solo el llamado de Emmanuel Macron no fue escuchado, sino que los partidos de izquierda se pusieron de acuerdo para proponer a Lucie Castets, alta funcionaria del Ayuntamiento de París, como candidata para formar un gobierno. Elegida por el nuevo Frente de Izquierda tras largas negociaciones, se consideraba capaz de suceder a Gabriel Attal. Sin embargo, Macron decidió ignorar esta propuesta y sigue buscando a su futuro Primer Ministro en las filas de la derecha y el centro.
Los Juegos Olímpicos habían ofrecido al presidente una especie de tregua. Su silencio y su inacción estaban justificados por la tregua olímpica. Ahora que ha terminado, Macron se ve obligado a actuar y a tomar decisiones. Para él, elegir a un Primer Ministro y un gobierno de izquierda es impensable, ya que serían demasiado frágiles. Sin una mayoría absoluta, ese gobierno de izquierda podría caer en cualquier momento bajo el efecto de una moción de censura, añadiendo inestabilidad a unas instituciones ya tambaleantes debido a la falta de mayoría.
La gran pregunta después de los Juegos Olímpicos es si Emmanuel Macron ha logrado, durante sus consultas, formar ese famoso Frente Republicano capaz de garantizarle una mayoría absoluta y un Primer Ministro fuerte y respaldado por el Parlamento. Para ello, tendría que haber cumplido dos condiciones principales. La primera, la menos difícil, es convencer al partido Los Republicanos de unirse al campo presidencial con armas y bagajes. La segunda, más ardua, es convencer al Partido Socialista de tomar distancia de La Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon. Sin embargo, ni la primera condición se ha cumplido —los Republicanos no quieren convertirse en suplentes de Emmanuel Macron, quien había hecho todo lo posible por debilitarlos captando su programa político y sus recursos humanos— ni la segunda condición es realizable por el momento. Los diferentes partidos de izquierda, a pesar de sus divergencias políticas, han logrado mantener una alianza estratégica que, por ahora, entierra el sueño de Macron de atraer a esta izquierda de gobierno indispensable para apuntalar su mayoría absoluta. El Nuevo Frente de Izquierda actuó incluso durante los Juegos Olímpicos como si nada hubiera cambiado. La candidata Lucie Castets continuó su campaña de encanto y seducción, frente a una actitud de indiferencia altanera de Macron.
Toda la clase política francesa está actualmente en suspenso, esperando saber qué sorpresa podrá sacar de su sombrero el mago Emmanuel Macron para salir de este estancamiento.
Se necesita una gran inspiración para sacar al país del bloqueo que lo amenaza. Entre una izquierda que reclama el precio de su victoria, una derecha republicana que se niega a actuar como fuerza de apoyo, y una extrema derecha que espera pacientemente que el caos político prevalezca para recoger los frutos, Emmanuel Macron siempre podrá jugar la carta de dramatizar la amenaza de la extrema derecha. Sin embargo, si no logra darle a Francia un Primer Ministro capaz de gobernar con eficacia, no está claro que su estrategia de dramatización sea audible y creíble.